Estambul es una pasión y una adicción, la tienes o no la tienes, te entregas a ella o no. Es una ciudad caótica, añeja, sucia, pero bella.
Caminar por sus calles me emociona, me reconozco en ese caos, me siento en casa.
Las largas noches de invierno llegan puntuales, como un recordatorio de que todo llega a su fin.
Es una perfecta metáfora de una ciudad que ha sobrevivido a si misma.
Una transición más, una frontera temporal y emocional que divide y une a partes iguales.
Estambul es ese estado de ánimo, con 14 millones de personas en su interior.